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‘Emilia Pérez’ o la estética de la banalización

  • Categoría de la entrada:cine y tv
  • Tiempo de lectura:7 minutos de lectura

Israfil Al-Rahm

Llamamos tropicalización a los esfuerzos por incorporar elementos de la cultura europea y angloamericana a la cotidianidad artística de Latinoamérica. Por supuesto, hay alegres excepciones, pero por lo general el resultado es de involuntariamente cómico a épicamente lastimero.

¿Pero qué pasa cuando se ejerce ese mismo proceso a la inversa, amplificado y es el resultado de un capricho trasnochado?

Lo mismo que los escritores y los artistas de estatura, un cineasta que presuma de serlo tiene la responsabilidad de abordar temas de relevancia con sensibilidad y profundidad. Por eso, Emilia Pérez, la nueva cinta de Jacques Audiard, ha dado tanto de que hablar en estos días.

No es que la exageración y la sobreexplotación de géneros y tendencias de moda no existan en el gran repositorio de las películas consideradas respetables o, por lo menos, aceptables. Tampoco es extraño tropezar a cada rato con un producto que banaliza tanto las tragedias humanas como los principios estéticos del arte cinematográfico.

Lo inusual es estrellarse con todo eso junto, acompañado de una insolencia intolerable.

Todo mal

Renombrado por su aguda visión social, Audiard elige aquí una combinación de comedia musical y crimen para narrar la historia de un capo del narcotráfico mexicano que busca retirarse del mundo criminal mediante una cirugía de afirmación de género. Es un cocktail que hace levantar la ceja sólo de escuchar el concepto.

La historia por sí sola es ya un campo minado de estereotipos y simplificaciones, pero el problema se agrava con la decisiva elección de convertirlo en un musical. ¿Realmente necesita la cruda realidad del narcotráfico y la violencia en México ser envuelta en canciones y coreografías deslumbrantes? Es decir, ¿necesitamos más música de narcos?

Según sus propias declaraciones cuando vino a México a promover su bodrio, Audiard no se molestó en investigar sobre ninguno de los temas abordados en la que él y sus productores anuncian como su mejor película, y que ahora ostenta 13 nominaciones al Óscar. Tampoco dedicó tiempo ni voluntad a buscar y audicionar actores mexicanos para su película mexicana de problemas mexicanos y de narcos mexicanos con personas trans mexicanas.

Para decirlo fácil: lo hizo con lo que se le ocurrió. Como Dios le dio a entender. Poco le faltó para decir que “se la aventó a la mexicana”.

Los temas

Eso genera problemas —otros, pues— con Emilia Pérez. Digamos que parte del ejercicio es olvidarse del respeto, la responsabilidad y la profundidad en el tratamiento de las problemáticas que aborda. Existe esa palabra tan manoseada por los copywriters: irreverencia. Digamos que el narcotráfico y las desapariciones forzadas en México pueden servir como telón de fondo para una opereta colorida, que convierte las realidades que afectan a millones de personas en la locación de una película producida por Saul Goodman y protagonizada por Roberto Benigni.

Digamos que con ese tono ligero y hasta festivo, podemos hacernos a la idea de una película que trivializa dramas que deberían abordarse con seriedad.

A esto se suma la sobreexposición de temas en tendencia, como la diversidad de género y la representación LGBTQ+, que si bien es un avance en la inclusión cinematográfica, en manos inexpertas o poco comprometidas, corre el riesgo de convertirse en simple tokenismo. La transformación del protagonista de narcotraficante a mujer trans debería ser una historia de empoderamiento y autodescubrimiento, pero aquí se siente como un truco narrativo para provocar titulares, en lugar de una exploración genuina y respetuosa de la identidad de género. El epítome del cliché alrededor del mundo del teatro musical, del cual ya Neil Patrick Harris se había mofado con inteligencia, talento, brillantez y —lo más— autorreferencia y autocrítica en una de las entregas de los premios Tony.

La apropiación inapropiada: Francia lo vuelve a hacer

Otro punto que causa desilusión es la representación cultural. La cinta ha sido fuertemente criticada en México por perpetuar estereotipos, un reparto [no] habla español y por su falta de autenticidad en la representación de la problemática nacional. Las decisiones estéticas de Audiard, como rodar la mayor parte de la película en Francia y no en locaciones reales de México, evidencian una falta de compromiso con la historia que intenta contar.

Denle todos los premios

¿Podemos entender por qué ya nada en torno a Emilia Pérez nos sabe a saludable? Las actuaciones de Zoe Saldaña y Karla Sofía Gascón han sido ampliamente elogiadas, así como la música original de Camille. La producción es impecable desde el punto de vista técnico, pero todo esto no logra disimular el vacío narrativo y la falta de respeto hacia los temas que aborda.

¿Qué nos queda?

Emilia Pérez es un claro ejemplo de cómo la obsesión por las tendencias y la espectacularidad puede llevar a la banalización de los temas más serios y sensibles. El efecto inverso a la tropicalización. Aunque el cine debe reinventarse constantemente, también debe recordar su responsabilidad de representar la realidad con el respeto y la profundidad que merece.

Pero no nos corresponde hacer lamento. Sería premiar la banalización como estrategia de marketing. Ni el pesimismo apocalíptico del que habla Umberto Eco, que lamenta por anticipado el desmoronamiento de la cultura high brow, ni la aceptación ciega de cualquier producto de la cultura pop sin un análisis crítico. El cine es tan espléndido que nos permite borracheras sin sentido como Emilia Pérez. El registro, la tesitura del arte es tan amplia, que nos permitimos escuchar y hasta celebrar estridencias y gritos que no respetan las técnicas del canto, y al mismo tiempo vivir experiencias profundas y entrañables que podemos hallar en otras películas donde Selena Gomez no hable en español.

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