Se cumplen cien años de la publicación de la que Jorge Luis Borges consideró la más importante novela jamás escrita en lengua inglesa, el Ulises, de James Joyce, una novela altisonante no sólo por su temática sino por su estilo y su concepción artística.
R. de la Lanza
Hace cien años, James Joyce sacudió el mundo literario al publicar la que sería la novela más controversial y señera de su siglo. Se trataba de un mamotreto de técnicas muy diversas y dispuestas como en un capricho anárquico, a la vez homenaje e iconoclastia artística, cultural, histórica y social, cuyo título era el nombre de uno de los héroes mitológicos más antiguos de la cultura occidental: Ulises.
¿Y quién es Ulises?
El título de la novela no orienta al lector que anda por la vida descuidado y confiado. Es más bien una trampa ingeniosísima: Ulises u Odiseo, la figura mítica de la Grecia arcaica, aquel ingenioso caudillo lleno de recursos y trucos —predecesor primigenio de McGyver, Rambo y John McCaine—, esposo añorante de casa que tarda diez años en la guerra de Troya y otros diez en volver a los brazos de su amada Penélope, tiene que sortear los obstáculos que dioses y brujas le imponen. Pero la novela de Joyce no está ambientada en los tiempos mitológicos, sino en el Dublín de inicios del siglo xx, y su protagonista, si es que tuviéramos que elegir entre los dos personajes de mayor peso en el prolongado relato —Stephen Dedalus y Leopold Bloom—, es un hombre de origen judío, clase media y con un matrimonio en crisis.
La odisea de Bloom
No desmenuzaré aquí el tratamiento, las técnicas y la brillantez de la ejecución en ese novelón. Y mi reticencia no responde a la desidia, sino a que se han elaborado y publicado tan grandes trabajos al respecto, como esta exposición insuperable de Enrique Vila-Matas, que resulta risible cualquier iniciativa que busque imitarlos.
Pero tampoco quiero que pase el mes en el que se celebra el centenario de la que considero la novela más grandiosa jamás escrita en lengua inglesa (no por seguir ciegamente a Borges —ja, chiste sangrón—, sino desde mi paupérrima experiencia), sin que comparta lo que parece haber sido mi descubrimiento sobre el quid del Ulises.
¿De qué se trata, pues?
Si alguien me pidiera decirle en poquísimas palabras de qué trata la novela más célebre e incomprendida de la última centuria, yo le contestaría que trata sobre el sufrimiento de Leopold Bloom, que a pesar de tener por esposa a una sexy y famosísima cantante, no tiene su corazón y cada día la pierde más.
Sí, eso es. Y no es porque el día de San Valentín esté próximo. Y ya sé que suena a una cursi fruslería, pero no lo es, especialmente porque el tratamiento no es el de una novela rosa y mucho menos romántica. Más bien es un desafío a descubrir cómo Joyce nos hace acompañar a Bloom y a Dedalus en el andar de uno de sus inopinados días en esta vida en la que lo más difícil de asir es el amor.
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Esa dificultad es, necesariamente, sufrimiento. Y de todo ese sufrimiento, lo que más atormenta a Bloom es la infidelidad de Molly, su esposa. Ese dolor es infinitamente superior al causado por la muerte de Rudy, el pequeñito de ambos. En el siguiente fragmento, aunque está hablando del escándalo de infidelidad de un servidor público, es muy claro lo que está haciendo que Bloom viva un auténtico infierno:
Por otra parte lo que más le irritaba en su interior eran las desaforadas bromas de los cocheros y demás gente, que lo echaban todo a broma, riendo sin medida, fingiendo comprenderlo todo, el porqué y el para qué, y en realidad sin saber ni qué pensaban, tratándose de un asunto sólo para las dos partes interesadas a no ser que como resultado el legítimo marido llegara a estar al corriente de ello debido a alguna carta anónima del acostumbrado Fulanito que por casualidad se había tropezado con ellos en el momento crucial en posición amatoria enlazados el uno en brazos de la otra y que llamaba la atención sobre sus ilícitas actividades dando lugar a una tempestad doméstica con la bella extraviada pidiendo de rodillas el perdón de su dueño y señor y prometiendo cortar la relación y no recibir más sus visitas con tal de que el ofendido marido pasara por alto el asunto y dejara lo pasado pasado, con lágrimas en los ojos, aunque posiblemente al mismo tiempo con la lengua en la bella mejilla, ya que posiblemente habría varios otros.
Por supuesto, Molly no confiesa ni pide perdón y, de hecho, termina robándose la tribuna, arrebata el espacio de la novela para que terminemos en la cama escuchando su el errático discurrir de sus pensamientos en la somnolencia, a medianoche.
Ulises en español
Tampoco hablaré sobre cómo se ha abierto paso Ulises en el mundo hispano. Pero sí tengo que decir que muchos de los que han acometido la empresa de leer la novela, y endilgan el fracaso al estilo o partes «farragosas», hemos de decir lo que me dijera mi profesor de Literatura Griega en la universidad, hablando justamente del Ulises: esas partes «farragosas» son chistes que no entendemos porque están muy específicamente dirigidos —diríamos hoy «segmentados»— o sesgados por los enfoques culturales, no del lector, sino de los personajes y la voz narradora.
Así que no está mal que nos resulte así: farragosa. Es parte de lo que se trata. Pero además, sí debemos aclarar que muchos de los que abandonan su lectura es porque no han encontrado la traducción más afortunada. Sabemos que pasa así con toda la literatura generada en una lengua extranjera, pero el daño es particularmente severo tratándose de una obra tan peculiar, desafiante y descarada.
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Yo conocí Ulises con la legendaria versión de José Luis Salas Subirat y entre esa y la de Marcelo Zabaloy (que es la más reciente) no hay a cuál irle. Ambas tienen el mérito porque el solo hecho de lanzarse a traducir el Ulises es empresa suicida, pero fue hasta cuando leí la de José María Valverde que se encendió la luz en la cueva. Ahora estoy comenzando a leer la traducción de Francisco García Tortosa (la de Cátedra) y, además de la gran ventaja que representan las notas y el precioso estudio introductorio, ahí la va llevando bien con su versión.
No tiene la cadencia de Valverde (que emula mucho el sonsonete del original joyceano) pero va cumpliendo.
Terminemos por hoy. Sólo quería decir que pocas lecturas en mi vida me han gustado y divertido tanto como Ulises, de Joyce. Cuando quieran, platicamos al respecto.
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