Cada 16 de agosto, una mujer visita una isla —cuyo nombre no se menciona—, en la que se ubica está el cementerio en la que su madre fue sepultada.
Antes de arreglarse se quitó el anillo de casada y el reloj de hombre que usaba en el brazo derecho, los puso en la repisa del tocador y se hizo abluciones rápidas en la cara para lavarse el polvo del viaje y espantar el sueño de la siesta. Cuando acabó de secarse sopesó en el espejo sus senos redondos y altivos a pesar de sus dos partos. Se estiró las mejillas hacia atrás con los cantos de las manos para acordarse de cómo había sido joven. Pasó por alto las arrugas del cuello, que ya no tenían remedio, y se revisó los dientes perfectos y recién cepillados después del almuerzo en el transbordador.
Fragmento de En agosto nos vemos, de Gabriel García Márquez
En el momento de la narración, la mujer cuyo nombre es Ana Magdalena Bach, tiene 46 años de edad, y ese día de cada año se abre una suerte de portal a la aventura, lo diferente y lo extraordinario. Ahí con su vida resuelta, marido e hijos, redescubre la libertad, la sensualidad, el sexo y el amor. Tal es, grosso modo, el argumento de la novela póstuma de Gabriel García Márquez, En agosto nos vemos, publicada por Diana, el sello editorial de Grupo Planeta.
La novela está prologada por los hijos de Gabo. En esas palabras introductorias, los vástagos del prócer del boom latinoamericano conceden que quizás En agosto nos vemos no será la mejor pieza literaria de su padre, y la publicación de esta novela, en forma póstuma contraviene su voluntad respecto a ella, pero ellos esperan que el buen recibimiento del público conmueva a Gabo en su morada eterna para que se haga de la vista gorda con este desliz.
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