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Hablemos de ‘El niño y la garza’, la última película de Miyazaki

  • Categoría de la entrada:cine y tv
  • Tiempo de lectura:4 minutos de lectura

Hace poco fui con mi hijo pequeño al estreno de El niño y la garza, de Hayao Miyazaki. Desde entonces he leído varias críticas de la peli, además de ser testigo chismoso de todo el episodio de «la colombiana» Geraldine. Es curioso, porque aunque nadie cuestiona a estas alturas el status consagrado del creador japonés, su última película parece despertar menos entusiasmo que otras de su canon.

La menos «infantil» de sus películas

Para mí no. Entré al cine sin grandes expectativas, tratando simplemente de pasar un buen rato con el chiquito, pero salí fascinado y cavilando. A pesar de conocer bastante bien las otras películas de Studio Ghibli, esta me dejó un sabor diferente. Quizás es la menos «infantil», por decirlo así, de sus historias. De por sí es un poco incomprensible, cuando menos a primera vista, y esto es parte de su encanto. Tal vez es lo que ha hecho que algunos la califiquen de «aburrida».

Un anime nipón hecho y derecho

También se ha criticado su parecido a la narrativa de otros de sus filmes. Me parece que esto es menos consecuencia del «cajón de herramientas» de Miyazaki que de la materia prima de la que están hechas estas historias, inspiradas en el rico multiverso animista japonés —el Shintō— en el que un protagonista joven y sensible, en lugares silvestres y abandonados, se topa con reinos sobrenaturales poblados de criaturas traviesas y enigmáticas, de los que apenas se enteran los adultos a su alrededor. (Cualquier parecido con experiencias mágicas y oníricas no es mera coincidencia.) De hecho, es el mismo tipo de historias que otro gran animador reciente como Shinkai ha desarrollado —con dinamismo y virtuosismo visual increíble— en Suzume o Tu nombre, nuevos clásicos del anime nipón (soy fan). La feliz coincidencia entre «anime» y «animismo» nunca ha sido más fecunda.

Los temas

El niño y garza es elusiva, compleja, intrincada, con varias capas de narración, mundos que se traslapan entre sí, en tiempo y espacio. Algunos sólo se insinúan pero no se muestran, lo cual me parece un rasgo genial y distinto a otras películas de Miyazaki. Los personajes tienen entre sí relaciones tensas y problemáticas, de las cuales —como buenos japoneses— jamás se habla para mantener el decoro. Por debajo de la alfombra acechan emociones sin nombre, cuestionables acciones militares (el contexto de la Segunda Guerra Mundial y de la Restauración Meiji no es casual), historias ocultas, traumas infantiles, secretos cósmicos, pérdidas, soledad, sexualidad y misterio.

A pesar de sus criaturas estrambóticas y chistosas, y una que otra broma visual, no es una película para niños, aunque seguro capturará la atención de chicos sagaces. Quien busque aquí algo como Mi vecino Totoro quedará decepcionado.

El dictamen

En fin, me gustó mucho. Sorprende que Miyazaki —con los mismos recursos ya probados— sea aún capaz de entregarnos una nueva historia con aroma inédito que, no obstante, embona perfectamente en su universo personal y lo corona de modo inolvidable.

Equilibrio entre consistencia y novedad.

No cualquiera lo logra.

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