En días recientes, un tsunami de imágenes al estilo del anime clásico japonés ha inundado las redes sociales gracias a aplicaciones de inteligencia artificial. Al margen de las discusiones sobre los derechos, la creatividad y las visiones apocalípticas e integradas, la poeta y editora Zindy Rodríguez Tamayo nos devuelve a la parte trascendental de la conversación, al hablar de las correspondencias que implica la creación de «personajes Ghibli».
Casi todas y todos deseamos ser personajes Ghibli, porque nos significa el horizonte donde podemos ser nosotros mismos protagonistas de nuestras propias historias, sin cálculo de riesgo o enajenación.
Mi primer acercamiento al mundo de la animación japonesa sucedió en el tiempo del jardín de niños. Mi uniforme era una batita roja con blusa blanca. Quizá por ello, todas las mañanas los vecinos nos saludaban con un «Adiós Heidi, que te vaya bonito, estudias mucho» que me hacía sonrojar y a mi madre, sonreír.

Después, hubo una convocatoria del canal ocho de televisión abierta y así, sin entender mucho sobre el asunto, estuvimos todo un día formados para el casting que buscaba a la «niña Heidi». Qué pesadilla. La idea de entrar al concurso fue de Héctor, un joven vecino cuyo perro san bernardo «Sam» era la comparsa perfecta para las expectativas del programa. Quizá hubiéramos llegado lejos pero, lamentablemente, Sam perdió el control ante las luces, el calor, los extraños y ladró tan pero tan fuerte, que los otros san bernardos enloquecieron y todas las niñas Heidi rompieron en llanto, asustadas, entre gritos y gruñidos, lejos del glamour de la farándula. Nos descalificaron, pero los vecinos me siguieron diciendo «Heidi» hasta la adolescencia.
Miyazaki y el imaginario infantil universal
Ash. Es posible que Hayao Miyazaki pensara en mí como en muchos otros niños a finales de los setenta, cuando el aun estudiante de Economía, empezaba a vislumbrar con desdén los avatares de la anomia de la sociedad japonesa marcada por las cicatrices de la posguerra.
Para quien no esté al tanto, Hayao Miyazaki es un director de animación con una muy larga trayectoria no tan ajena a Occidente. Para aquellos más veteranos, él estaba detrás de la versión de Heidi que se vio en la televisión local. Y como un gran conocedor del universo infantil, fue responsable de una serie de películas que pasan de lo entretenido a lo maravilloso.
Entre sus películas más conocidas se encuentran Nausicäa del valle del viento (mi favorita), Mi vecino Totoro, El castillo en el cielo, Porco Rosso, La princesa Mononoke, que fue la primera en ser distribuida por Disney, aunque no llegó a verse en los cines locales, El increíble castillo vagabundo, así como la galardonada El viaje de Chihiro, uno más de los vínculos del autor con el mundo occidental.
Sus atmósferas tienen un punto de apoyo en el impresionismo simbolista, con referencias clarísimas hacia la poética de Mallarmé o el impresionismo de Monet.

La estética de Miyazaki: naturaleza, simbolismo e impresionismo en Miyazaki
Miyazaki se inició en la animación con Isao Takahata, como acomodador de cuadros. Lo cierto es que de dibujante a creador sobre Maya 2D y 3D, podemos hablar de sus tendencias y de sus cambios, resaltando las propuestas personales donde el desarrollo tecnológico crea una visión paralela. Cada celda es una maravilla pintada y dibujada a mano donde se manifiestan espléndidos campos, montañas inundadas de nubes.
Es entonces que la naturaleza no es sólo posesión estética sino la expresión de profundas estructuras mentales o anímicas. La mayor parte de las atmósferas tienen un punto de apoyo en el impresionismo simbolista, con referencias clarísimas hacia la poética de Mallarmé o el impresionismo de Monet.
El “efecto Miyazaki”: el anime como puente cultural
Tal vez, fue el agotamiento en las propuestas de los estudios Disney lo que permitió que el anime japonés surgiera como un fresco horizonte cuya perspectiva se enfocó hacia el Oriente, caracterizado además por la inversión en un producto cultural cuyo impacto en el público occidental estaba asegurado.
Podemos hablar entonces de un efecto Miyazaki como la referencia exacta a la circulación de los bienes simbólicos, donde se establecen correspondencias y se anulan las fronteras físicas en el diálogo entre distintos públicos de las más variadas edades, los que se encuentran para establecer vínculos, reales o virtuales, viendo una película o transformándose en evasivos pero hermosos «personajes Ghibli».

Ghibli y la poética de la guerra y la libertad
En general, hay en las imágenes de Miyazaki un espacio festivo, el ser que se torna “moderno” ante el cansancio que provocan los intereses inexplicables como la opresión, las bombas, la vida cotidiana interrumpida de manera violenta; algo que se torna «natural» como el porqué de la guerra, una guerra eterna que no puede controlarse, donde juegan roles de igual importancia las realidades trágicas desde la evidente razón condenatoria e irreversible: lo aterrador sólo puede ser provocado por entidades malignas así como esos mismos seres malignos puede mover a la ternura sus más perversas emociones. El referente lo encuentro en Baudelaire. Las correspondencias han sido estudiadas como hechos de la sensibilidad, pero apenas coinciden de un soñador a otro.
Podemos hablar entonces de un efecto Miyazaki como la referencia exacta a la circulación de los bienes simbólicos, donde se establecen correspondencias y se anulan las fronteras físicas en el diálogo entre distintos públicos de las más variadas edades.
También acogen la inmensidad del mundo donde se deja de ser prisionero para ser libre por instantes. Creación de estados del alma casi sobrenaturales, la profundidad de la vida se revela por entero al espectáculo que se tiene ante los ojos, se convierte en su símbolo, aunque entrampado en el consumo y su contaminante huella de carbono.
Ser un personaje Ghibli: el deseo de encontrar un lugar propio
La meditación poética encuentra unidad profunda y tenebrosa en el poder de las empresas culturales y su difusión. Parece ser que los espacios de la intimidad y el espacio del mundo se hacen consonantes, por lo que al encontrar correspondencias con un mundo opresivo, se profundiza la gran soledad humana, las codependencias tecnológicas, donde los universos se confunden; cada objeto simbólico será investido de un espacio íntimo que se convierte en el centro de todo nuestro espacio interior, por eso casi todas y todos deseamos ser «personajes Ghibli», porque nos significa el horizonte donde podemos ser «nosotros mismos» protagonistas de nuestras propias historias, sin cálculo de riesgo o enajenación.
Una alternativa para mirar el mundo con un poco de esperanza, paradójicamente desde la dependencia a la tecnología de manera desbordada. Aquello que cuestiona desde sus inicios el efecto Miyazaki.
Expuse estas ideas en un evento en Ciudad Hidalgo, en 2008. Desde entonces, he evolucionado, y algún despistado me ha dicho que me parezco a Ponyo.
Raios.


Zindy Rodríguez Tamayo es poeta y editora en el sello Granito de Sal 88. Antropóloga, filósofa, periodista feminista, gestora cultural y librera, también es activista en diversas organizaciones. Colabora en las revistas literarias Generación, Neza Caravana y Murmullo de Paloma.
Ha publicado Imaginarios liminales de la Megaciudad (2000), Animal distinto (2020), Antología de la Guerrilla Antro-Poética (2023), y es coautora en El escritor con nombre de filósofo (2024).
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