Cristina Ledesma | Alejandro Seta
Con sus 94 años, Horacio Clemente es uno de los mejores escritores argentinos de literatura para chicos. Muchos hemos tenido el privilegio de conocer sus versiones de leyendas antiguas en la colección Cuentos de Polidoro, del Centro Editor de América Latina, creado por el legendario Boris Spivacow, quien sostenía que un libro debía valer lo mismo que un kilo de pan.
En aquella colección, el nombre del autor figuraba chiquito en la contratapa: sin embargo, sus lectores, que entonces éramos niños o adolescentes, lo recordamos siempre por su forma desenfadada de contar las versiones como si estuviera jugando a la pelota.
Discípulo de Rabelais, su lenguaje es el del porteño y transmite aquella manera de hablar en Buenos Aires, con la alegría de los años 60. Hoy Horacio vive en Chascomús (ciudad ubicada a cien kilómetros al sur de la capital) con su hija Marina y su familia.

La primera vez que nos encontramos para un reportaje, me dijo que él no tenía grandes aventuras para contar. Yo le contesté que no estaba esperando que me contara ninguna aventura, sino que me hablara de su oficio, cómo escribe, por qué creó esos mundos para chicos que son inolvidables. Y ahora, empezó esta charla diciendo algo parecido:
HC: No estudié en la facultad de Filosofía y Letras, que en aquella época se consideraba que era una carrera de mujeres. Entonces, no tengo una formación académica”.
AS: Está bien, Horacio, no importa. Empezamos.
Una vez me invitaron a una charla para una escuela, y me invitó una escritora muy importante, Y yo le dije lo mismo. Y ella me contestó: “Hablá de vos”. Claro, yo hablé de mí. Pero otra cosa no sé, no tengo. Por ahí me surgen otras ideas que son el producto de mis lecturas de las que me quedó el concepto. Yo leía mucho a los españoles, por ejemplo. Los clásicos en aquella época eran españoles, había que ver la importancia que tenía la literatura española en la literatura argentina. Es más, si un escritor español te elogiaba, vos ya pasabas a otro nivel. O sea que España tenía mucha fuerza en la literatura argentina en aquellos años. Después la perdió.
¿Y por qué pensás que se fue perdiendo esa influencia?
Porque la literatura se generalizó. Por ejemplo: mirás una película, aparecen un montón de personajes que son escritores, y mucha gente comienza a saber que hay escritores por las películas, y esa influencia no viene de España como venía antes. Cuando vino Juan Ramón Jiménez a Argentina, le presentaron a María Elena Walsh y él la elogió. Y el hecho de que él la hubiera elogiado fue todo un acontecimiento. María Elena Walsh fue invitada a una peña de escritores en el bar Tortoni de Buenos Aires y él en esa ocasión dijo: “¡Es una muchacha de quince años y hay que ver las cosas que escribe!”.
Cuando nos conocimos nos dijiste que Rabelais fue muy importante para vos en tu formación.
¡Ah, Rabelais! Lo que pasa es que fe un audaz. ¡Un audaz! ¡Inventaba palabras! Hacer una traducción de Rabelais es muy difícil, porque inventaba términos. Ahora, por qué Rabelais no está de moda, no sé. Debe ser porque muy difícil la traducción, pero hay un español de la época de la literatura española que tiene una traducción magnífica. Era un poeta que conocía muy bien a Rabelais y que para mí es la más completa. Es enorme cómo ese traductor conocía el español. Porque hay que conocer muy bien el español para traducirlo. Por ejemplo, hay un texto que se llama “Cuando habla un estudiante sabelotodo amigo de Pantagruel” y escribe usando todos términos muy difíciles. Ese texto es una genialidad que la gente no aprecia. Ese escritor que lo tradujo fue fusilado en España. Se llamaba Eduardo Barriobero y Herrán, y por esa traducción fue nombrado caballero de la Legión de Honor en Francia en 1910. Y cuando las fuerzas fraquistas tomaron Barcelona, fue condenado por un consejo de guerra sumarísimo y fusilado. Otros dicen que fue asesinado por el garrote vil y arrojado a una fosa común. (Aquí Horacio se detiene y suspira un insulto). Esa obra es muy difícil de conseguir, pero cuando traduce ese texto comienza: “Trafetamos desde el úsculo hasta el opúsculo”, para decir: “Cabalgamos desde el amanecer hasta el atardecer” ¡y vos te matás de la risa!: Está hablando en difícil. Traducir eso es una genialidad. Yo tengo otra traducción que es una porquería, no tiene carácter, no tiene chispa. Por eso, Rabelais, en el idioma español, no entra como un gran autor. Usa palabras descabelladas y otras donde naturaliza el lenguaje vulgar ¡en esa época! Y además las cosas que hacía el gigante, que se comía a la gente. ¡Las barbaridades que decía!
A mí Rabelais me cambió la vida.
Después de leer a Rabelais, ¿te ayudó a escribir cuentos como Alí Babá o El caballo volador?
En muchas cosas que escribí seguramente está ese espíritu de juego. En Rabelais todo es un chiste, todo es una broma, todo tiene doble sentido.
¿Cómo fue pensada la colección Cuentos de Polidoro que tuvo gran éxito entre los años 60 y 70?
Resulta que a esa colección la planearon Beatriz Ferro y el jefe de arte, que era Óscar Díaz, a quien todos llamábamos “El Negro Díaz”. La idea que tenía él era pasar por encima de Walt Disney, terminar con los dibujitos de Disney y hacer otra cosa. Y los ilustradores crearon a partir de técnicas que aún hoy son novedosas. La idea era llegar a todas las familias y que estuvieran al alcance de la mano, por eso se vendía en los puestos de diaros.
Respecto a la colección, los primeros cuentos los escribió Beatriz Ferro, dieciséis o diecisiete cuentos. Nos conocíamos de haber trabajado juntos en Editorial Abril, y de ahí fuimos al Centro Editor. Ella se me acercó y me dijo que estaba cansada; era una escritora muy cotizada en ese momento y no tenía tiempo. Y me propuso que escribiera un cuento para la colección y me preguntó si yo escribiría. Yo le dije: “Probemos y vemos qué pasa”. Entonces escribí la versión de “Alí Babá y los cuarenta ladrones” . Le gustó el trabajo que hice y a partir de ahí seguí escribiendo los otros: Aladino, El caballo volador, La bolsa encantada y Simbad el marino.
¿Vos ya eras un lector de Las mil y una noches?
Sí, yo había comprado los tomos de Las mil y una noches. Y me había operado del tabique y tuve un derramamiento de sangre porque no hice caso al reposo. Entonces me puse a leer Las mil y una noches. Y cuando me hicieron la propuesta de escribir, elegí los que me parecieron que mejor podía adaptarlos para chicos. Por ejemplo, La bolsa encantada, en el original, termina con un montón de muertos y no podía dejarlo así y se lo cambié. Después escribí el resto de los cuentos con mucho entusiasmo.
¿Por qué pensás, como nos dijiste en otra conversación, que las editoriales multinacionales matan la literatura?
Ya lo había comentado Graciela Montes cuando dijo, como una crítica, que “hay que adaptarse a las necesidades de los maestros”. Eso lo dijo en una nota en el diario Clarín hace años. En un cuento que tengo publicado hay un padre que le pega a los hijos. Me dijeron que lo sacara porque era muy fuerte eso, fue por el cuento El Caballo Volador. Y en otra parte, el narrador menciona al Mago como “el pelado”. Y me dijero que saque eso de “pelado”. Cuidar todo eso me parece un disparate. ¿Qué padre no maldice en su casa, qué padre no grita, no se enoja? En el cuento “Señora ¿me da la pelota?” en un momento puse “chico de porquería”. “No, sacá eso”.
Y están poniendo en peligro al lenguaje coloquial. Y ahora debe ser peor porque las editoriales publican para toda América, hasta el punto que en un concurso de una editorial muy grande pusieron como condición usar el español neutro. También sucede algo parecido con los temas. Por ejemplo, tengo una novela que sucede en Buenos Aires. Me dijeron que les gustó mucho, pero que “los maestros están cansados de que todo suceda en Buenos Aires”. Tienen miedo de la opinión de los docentes y de los padres. Y me la rechazaron.
¿Por qué escribís?
Yo necesito escribir, porque si no, no puedo vivir. Pero a mí lo que me interesa es publicar, porque si no me publican es dificíl que siga escribiendo. Además, porque me surgen ideas. El otro día me desperté con un poema hecho. Se llama“Me llamo Estela”, que está dedicado a mi esposa, a quien extraño enormemente. Me desperté y solamente lo escribí. Creo que voy a seguir escribiendo hasta el día que me muera.
Pero lo que yo cuido es saber si cuando estoy escribiendo es auténtico o me estoy forzando. Si me estoy forzando, no va. Una vez estaba escribiendo unos cuentos que tenía que entregar y me daba cuenta que me estaba forzando y que no me gustaban. Y cuando es auténtico, también me doy cuenta, y a veces termino un cuento de una sola vez y casi sin necesidad de corregirlo.
¿Es verdad que estuviste veinte años sin escribir?
Sí, veinte años. Creo que fue un error. Y me dediqué a la fotografía. Y cuando me veían con la cámara me preguntaban: “¿No escribís más?” “No”. Y me daba cuenta que cuando escribía me relacioanba y cuando fotografiaba, no. No puedo decir por qué dejé de escribir. Luego, cuando volví, seguí publicando cuentos porque los editores se acordaban de aquellos cuentos de Polidoro.
¿Habrá sido porque estabas enojado con los intelectuales?
Y, se ve que sí.
Suscríbete y recibe nuestros artículos antes que nadie.
Excelente reportaje de Cristina y Alejandro a un capo de la ficción literaria, bravo por los tres!