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Erotismo vs porno: ¿hay diferencia?

  • Categoría de la entrada:cultura pop
  • Tiempo de lectura:13 minutos de lectura

Imagen principal: David Chávez

¿Cuál es la diferencia entre la pornografía y el erotismo? ¿Se trata de un asunto estético o sociodemográfico, como algunos han propuesto? Arturo J. Flores, gurú de las revistas dedicadas al asunto en México, opina que la cuestión pasa más por un sesgo ético cultural y, por el momento, comporta más preguntas que respuestas, pero hay que hacer las preguntas adecuadas, y no las del mismo catecismo machista que ha regido la producción desde siempre.

Arturo J. Flores*

Me han invitado a impartir decenas de conferencias sobre Playboy. Invariablemente aparece la misma pregunta apenas le pasan el micrófono al público: “¿Cómo le haces para convencer a la gente de que hacen ustedes en la revista es erotismo y no pornografía?”.

Mi respuesta nunca es otra: no me importa cambiar la mentalidad de nadie

¿Quién soy para hacerlo? Y lo que es más importante, ¿por qué me interesaría ir de puerta en puerta, predicando la palabra de Playboy y queriendo “sumar” adeptas y adeptos a la causa?

De entrada, ni siquiera pienso que lo que hace Playboy sea erotismo y no pornografía. Me explico: no creo que exista una diferencia clara entre ambos conceptos.

La Real Academia Española la tiene. De acuerdo con ese Consejo al que el resto de los mortales parecemos acogernos a la menor controversia acerca de la utilización del idioma, pornografía es una “presentación abierta y cruda del sexo que busca producir excitación”

Quien alguna vez haya desplegado el centerfold de una Playboy en sus años de adolescencia para comerse con los ojos a una —digamos— Pamela Anderson, estará de acuerdo que la definición nos ajusta.

Pero, momento. La misma RAE explica que erotismo apunta como primera definición de la palabra erotismo como “lo que excita el placer sexual”.

No sé si ustedes advierten algo que yo no, pero desde mi punto de vista se trata de la misma frase dicha con menos caracteres.

Erotismo vs porno

En la introducción del libro Nacho Vidal: confesiones de una estrella porno, el periodista David Barba escribe:

Decía Luis Berlanga que el erotismo es la pornografía vestida de Christian Dior. El director Nagisa Oshima va más lejos cuando afirma que el erotismo es propio de la burguesía y la pornografía patrimonio del proletariado.

He repetido ambas definiciones en cada conferencia en la que me preguntan si lo hacemos en Playboy es erotismo o pornografía. La mayoría de las veces alguien discrepa. Considera que la diferencia radica en otros conceptos tan amplios como los anteriores: lo explícito y lo sugerido.

Tan erótico es el porno como pornográfico el erotismo.

Mi respuesta entonces se centra en lo que estoy convencido que podría trazar una diferencia tangible entre lo “erótico” y lo “pornográfico”: la geografía. O dicho de una manera más amplia, la cultura. Porque indiscutiblemente, lo que para alguien que nació en el hemisferio oriental puede resultar obsceno, podría resultar proporcionalmente inofensivo para alguien que haya visto su primer amanecer en occidente.

El ombligo ofensivo

Ni siquiera tenemos que apuntar hacia los genitales. En los Juegos Olímpicos de Londres 2012, la corredora Habiba Ghribi, originaria de Túnez, subió al podio para que le colgaran al cuello la medalla de plata por su destacada participación en los 3,000 metros con obstáculos. Pero en su país no todos parecían compartir su alegría. Hubo sectores de la población que se manifestaron a favor de que le retiraran la nacionalidad por haber llevado un traje profesional para competir que dejaba ver su ombligo.

En resumen, aquello les parecía pornográfico.

¡El ombligo! Aquella cicatriz, porque en el estricto sentido eso es, que compartimos los seres humanos por haber nacido.

Ese mismo ombligo que en un tour de Shakira por Latinoamérica podría significar un aceptado derroche de erotismo, en Túnez escandalizó a quienes parecen encontrar en ese pequeño agujerito una fuente imparable de lubricidad.

Veámoslo al revés.

Las mujeres de la tribu mursi de Etiopía aún suelen llevar los senos descubiertos, mientras que los hombres se cubren escasamente con un diminuto taparrabos. Su desnudez no tiene por objetivo excitar a nadie y se debe a razones estrictamente culturales, por lo que sus fotografías pueden encontrarse sin ningún tipo de impedimento luego de una búsqueda rápida en Google. Pero si se tratara de una panorámica de un verano en Zipolite, donde el nudismo —o por lo menos el topless— es lo más normal, otra cosa sería.

Es aquí donde la frontera entre lo erótico y lo pornográfico se vuelve aún más difusa.

¿Revista para onvrez?

La insistencia para diferenciar conceptos quizá provenga una necedad como la que llevó a clasificar a Playboy como una revista masculina. Aquella célebre primera edición con la portada de Marilyn Monroe, lanzada en diciembre de 1953, llevaba una impresa una etiqueta de un trasfondo sexista: “Entertainment for men”. Fue hasta el mes de marzo de 2016 que la revista la cambió por esa que hasta hoy la define: “Entertainment for all”. Porque resulta evidente que los onvrez no son los únicos a quienes interesa admirar el portafolio fotográfico y leer sobre autos, moda y videojuegos.

De hecho, la definición de “revista masculina” es tan absurda como arbitraria. La antropóloga Margaret Mead lo explica en su libro Sexo y temperamento en las sociedades primitivas, un tratado que resultó luego de que la investigadora se relacionara con tres pueblos primitivos de Nueva Guinea y descubriera algo que hoy en día se encuentra tan en boga: los caracteres asociados a los géneros tienen más que ver con lo cultural que con lo biológico

Nuestra propia sociedad hace uso de esta maraña. Asigna papeles distintos a los dos sexos, desde su nacimiento los rodea de expectativas de conducta diferentes, representa todo el drama del cortejo, matrimonio y paternidad en términos de tipo de conducta considerados como innatos y, por consiguiente, apropiados para uno y otro sexos.

Pero hoy como nunca, la cultura pop cuestiona las bases en las que se sostiene esta verdad que no es más que un constructo.

La aparición de Ezra Miller como Conejita Playboy en 2018, en una entrevista en la que habló abiertamente sobre su gender fluid, sumada a la participación de mujeres trans como Playmates, ha representado una importante reinvención de la marca, en un esfuerzo por desmarcarse de los estereotipos masculinos a los que se asoció en sus orígenes.

Playboy es hoy en día una marca de estilo de vida que, congruente con su historia, se alinea con los movimientos progresistas, las ideologías liberales y la diversidad. Es por ello que incluye contenidos de tipo queer y, aunque el Conejito desde siempre ha tenido una lógica relación ríspida con el feminismo, ha intentado alinearse con su discurso a partir de una necesaria deconstrucción. 

Los roles de género

No hace mucho platiqué con la realizadora sueca Erika Lust acerca de la necesidad de promover un porno feminista. Son palabras suyas, no mías: 

Las fantasías sexuales no vienen determinadas por el género. Cada persona tiene sus propios deseos y fantasías, no podemos simplificarlo o generalizarlo. Entre las personas que pagan por ver mis cortos en XConfessions hay muchos hombres y también mujeres. Pero hay otras mujeres que, en cambio, se excitan más con un cine adulto más hardcore o con menos contexto.

El problema no es diferenciar entre erotismo o pornografía. El verdadero conflicto radica en que, sea pornografía o erotismo, está hecho por y para nosotros, los hombres. Lust señala en la entrevista que se puede leer en la página de Playboy México: 

El problema no es que vean porno, sino qué tipo de porno están viendo: misógino, homofóbico y violento, con una transmisión de los roles de género muy preocupante. Llegados a este punto, prohibir sirve de muy poco. Llegarán a él igualmente. Por eso nosotras abogamos por dialogar con ellos para que sean críticos con lo que ven, con los estereotipos y la visión irreal de las relaciones sexuales en la pornografía”.

No se trata pues, de diferenciar entre lo erótico y lo pornográfico, o de que desaparezcan las imágenes de desnudo o de sexo explícito. La verdadera conversación debería centrarse en qué tipo de contenido erótico o pornográfico consumimos. Mientras sea consensual, el sexo no debería resultar incómodo para nadie. Ya lo dijo Woody Allen: el sexo sólo es sucio si está bien hecho.


Arturo J. Flores (@ArturoElEditor) ha sido colaborador en diversas revistas y diarios como Picnic, Marvin, Indie Rocks!, Eres, Gorila, Gótica, Revista Marvil, Diario Récord, entre otros; así como en las revistas electrónicas Diez4.com, Cacoandroll.com y Treff3.net, publicación de la comunidad alemana-austriaco-suizo-mexicana. Actualmente es jefe de redacción en la revista Playboy México. Es un narrador de ficción prolífico y fue ganador del Primer Lugar del Premio Nacional de Novela Justo Sierra O’Reilly 2011.

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